Romantizando el laberinto es una serie mensual, donde me desahogo en algún tema y lo romantizo de la mejor manera que puedo. Si te interesa este tipo de escritos, puedes leer el resto de la serie aquí.
Tuve una semana de mierrrda. Con triple erre.
De esas que te quitan el sueño y te invaden el estómago.
Siempre que me siento así, lloro, pataleo y luego me levanto y hago algo extremo para salir del hoyo. Y, si te soy sincera, el 99% de las veces, en el momento en que mi dedo gordo del pie toca el fondo, me impulso hacia la superficie más rápido de lo que me hundí.
¿Les dije que soy Sagitario con luna en Aries?
Anyways… así fue como el martes caí en uno de los momentos más bajos que me ha dejado el desempleo y, para el jueves, ya estaba de vuelta trabajando en mi industria.
Así que hoy toca compartir mi historia de cómo me sacudí los nervios para ✨literalmente✨ abrirme puertas.
Me sudan las manos, me falta el aire, mi estómago quiere explotar y me siento como si acabara de correr un 5K en menos de 30 minutos, pero sin el runner’s high.
Así siento los ataques de pánico en mi cuerpo.
Y cuando llevas 8 meses sobreviviendo con un solo sueldo en una de las ciudades más caras de los EE. UU., tu sistema nervioso comienza a rechazar todas las meditaciones, oraciones y ejercicios de respiración que has aprendido en el proceso. La esperanza y la fe a la que tanto te aferras desaparecen entre cada email de summer sales que no puedes presupuestar en el momento, seguido del odioso thank you but no thank you for your application.
Así me sentí este pasado martes. Después de enviar tres solicitudes en la mañana y recibir el rechazo de una a tan solo dos horas de enviarla, tomé la decisión de tirar todo por la ventana y rendirme tomar una pausa por el resto del día.
Me recosté del cristal de la ventana de mi cuarto, miré hacia el patio y, entre lágrimas y un ataque de pánico, comencé a repetir:
Necesito un milagro.
Necesito un milagro.
Necesito un milagro.
Necesito un milagro.
Respiré tan profundo como pude y me conecté a la computadora para hacer una diligencia antes de sentarme a hacer la montaña de laundry por el resto de la tarde. Pero como saben todos los que llevan en el mercado laboral por más de medio año, es imposible usar una computadora o teléfono sin llegar a LinkedIn ~a ver qué hay~.
Me topé con una posición para la cual estoy 75 % preparada; aunque estoy segura de que, si mis genitales fueran otros, diría que estoy 100 % preparada, pero eso no viene al caso. El punto es que, a pesar de ser una agencia de publicidad y de haberme prometido no volver a ellas, algo en mí me impulsó a solicitar. Al fin y al cabo, es un trabajo híbrido, me sobra experiencia en agencias de publicidad y me queda en una ubicación conveniente.
Pero el impulso fue más allá de hacer clic en el botón de submit y enviar el cover letter. Me obligó a cambiar la estrategia por completo: imprimí mi resumé y referencias, llegué al edificio de la agencia, descubrí dónde quedaba la oficina y toqué la puerta.
Sinceramente, fui para allá convencida de que nadie me contestaría y que iba a tener que regresar a mi casa como si nada. Pues no. Me respondieron en menos de 10 segundos. Aaahhh.
Una típica rubia bonita de agencia de publicidad me abrió la puerta. Pregunté por el presidente, por nombre y apellido, porque tantos meses en el job market te hacen ~senda stalker~. Por supuesto que, en ese mismo instante, mi botellón de agua (que claramente va conmigo a todos lados) chocó con el marco de la puerta, haciendo un ruido exagerado en aquella oficina tan callada, como para hacer más obvio lo nerviosa que estaba. Aun así, algo dentro de mí se preparaba para que me dijeran que el presidente no estaba disponible. Pero lo estaba.
Uff.
Se apareció quitándose los headphones, como dejando claro que lo estaba interrumpiendo, o tal vez pensaba que era una vendedora. Me presenté y le di mi mejor handshake de macharrana en la mano donde aún aguantaba los headphones. Pero pa’lante. Ya estaba demasiado metida en este enredo como para salir corriendo. Así que, entre nervios y ansias por volver a tener estabilidad financiera, me senté entre aquellas cuatro paredes a dar mi mejor elevator pitch.
Para hacer el cuento largo corto: me escuchó, me dijo que agradecía que haya ido a tocar la puerta de su agencia y que estaría en contacto. Excelente, ¿no? Entonces explícame por qué esta fue mi reacción saliendo de la agencia:
Me sudaron las manos, me faltó el aire, mi estómago quería explotar y me sentí como si acababa de correr un 5K en menos de 30 minutos.
Estoy tan acostumbrada al rechazo a este punto, que llamé a mi esposo a decirle que mi sistema nervioso me estaba traicionando. Estuve el resto del día calmando mis nervios y me fui a dormir convencida de que nunca me llamarían. No sería la primera vez que me ilusionan para quedar en el abismo.
Al otro día, mientras regresaba de dejar a mi hija en la escuela, me llamó un número desconocido y contesté esperando que fuera spam. No lo era. Era la administradora de la oficina para ofrecerme una plaza de consultoría freelance para unos proyectos.
Exactamente el happy medium que estaba dispuesta a aceptar si me tocaba trabajar para una agencia de publicidad nuevamente. Un happy medium que me permitirá decidir (a mi ritmo) si me gusta el ambiente de trabajo o si quizás quiero seguir buscando en otro lugar.
En menos de 24 horas de esa interacción impulsiva que gastó toda la energía que tenía almacenada para socializar, ya estaba de vuelta trabajando en mi industria. ¿De dónde encontré nuevamente la energía para volver a agarrar mi carrera por los cuernos? No estoy segura. Lo único que sé es que regresé como si jamás me hubiera ido.
Lo logré.
Mi hipersensibilidad es mi compás
De chiquita, me describían como una niña alegre, pero muy nerviosa. Mis sentimientos eran (y son) grandes. Cuando estoy triste, el mundo se me cae encima, y cuando estoy feliz, soy un sol. Por más que he tratado de ajustar esta cualidad que dicta cada paso que doy, estoy aprendiendo a mirarla con otra perspectiva: a usarla como un compás.
Lo cómico es que a veces piensan que ser intuitiva es saber qué va a pasar, pero la realidad no es tan blanco y negro. Al menos no lo es para mí. Con el pasar de los años, he refinado mi relación con mi intuición de manera en la que confío ciegamente en que cada impulso que doy fuera de mi comfort zone me está llevando a lo que estoy intentando manifestar.
Y lo que hice aquel miércoles fue, claramente, un impulso de mi intuición.
Después de 13 años en agencias de publicidad y del bendito layoff, ya había tomado una decisión: no quería trabajar más en agencias de publicidad. Pero esa misma intuición me obligó a abrir las posibilidades. Lo que pasó fue un mensaje contundente y claro:
Algo va a llegar, pero lo tienes que salir a buscar. Todo va a estar bien. Baja la guardia.
Hablo muchísimo de las bajas en este mercado laboral, pero de lo que no hablo lo suficiente es de todo lo que he logrado en esta búsqueda. Con cada paso que he dado, me he vuelto una persona más abierta a recibir, más intuitiva y más compasiva conmigo misma. Pero, sobre todo, este proceso me está ayudando a salir de mi cuevita remota y abrirme a un mundo nuevo que jamás habría encontrado si no aprendiera a seguir mis impulsos.
En este caso, mi sistema nervioso, mi intuición, mi higher self, Dios, el Universo… me estaban pidiendo a gritos que saliera de mi casa.
Y así fue. Llegó mi milagro, pero lo tuve que salir a buscar.
Con mucha gratitud,
María Elena
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Wow, que bello testimonio! Gracias por compartirlo,estoy pasando por una situación muy similar y tu historia me hace sentirme motivada. Enhorabuena!! 🥹💕
Me encanta, me encanta, me encanta!! Vivo por ese momento de: DO IT FOR THE PLOT (y el plot entiendo que fue satisfactorio no, lo siguiente!)