Cuando algo no hace sentido en mi vida, le echo la culpa a mi luna en Aries. Es lo único que explica por qué busco estructura y estabilidad, para luego rebelarme contra ellas. Pero, ¿sabes qué es lo que más me incomoda en la vida? Las áreas grises. Los momentos transitorios. Exactamente donde estoy hoy.
Y si hay algo de lo que estoy segura, es que cuando algo nos triggerea, lo vamos a seguir viviendo hasta que aprendamos la lección. Así que aquí estoy: en el área gris más larga de mi vida, esperando que llegue otro ciclo de estructura y liberación.
Entra el tema de la planificación: Los to-do lists, las agendas, la organización.
A veces organizo todo online. A veces me obsesiono con las agendas físicas. Y otras veces confío ciegamente en la capacidad de mi cerebro. Pero desde que me convertí en madre, confiar en mi cerebro con la cantidad de folders y tabs que tengo abiertos es, honestamente, un deporte extremo.
Bañarme, ese momento que antes era para inspirarme o reflexionar, ahora es un download de distintas bases de datos: qué hay que hacer en la casa, qué tengo que llevar para la escuela, qué falta para mi búsqueda de trabajo, para el freelance, para ser buena esposa, mamá, amiga, hermana, hija, etc… Y después me sobre-estimulo, crasheo, y concluyo (una vez más) que maybe estoy en el espectro.
Pero en vez de seguir diagnosticándome o buscando excusas en mi carta astral, decidí hacerle caso a mis años de terapia psicológica. Lo que estoy viviendo es el resultado de una realidad bastante universal ahora mismo: este job market está cabrón.
Es normal que algunos días sienta que me estoy comiendo el mundo y otros piense que estoy en el punto más bajo de mi vida sin idea de cómo salir del boquete.
Pero si algo he aprendido en estos periodos es que siempre vuelvo al to-do list. Necesito llevar registro de lo que tengo que hacer, aunque el formato cambie. A veces digital, otras, como ahora, en mis libretas.
Y si soy sincera conmigo, escribir a mano libre me conecta con una de mis primeras pasiones: las agendas, las libretas, los lápices, los bolígrafos, los post-its. Todo lo que tenga que ver con escribir.
Porque a veces, el mero hecho de tachar un to-do lists es toda la motivación que necesito para seguir adelante en días difíciles.
Mi historial con las agendas
No sé si es un trend, mi algoritmo o mensajes del universo, pero llevo semanas viendo distintas versiones de lo siguiente: Somos más felices y creativos cuando le hacemos caso a nuestro niño interior.
Me ha puesto a pensar en mi amor por todo lo que tuviera que ver con escribir desde chiquita. Aunque era miserable en la escuela, el back-to-school siempre era emocionante. Ir a la tienda de Hello Kitty en Montehiedra, escoger la cartuchera plástica del muñequito de Sanrio que me gustara en ese momento, los lápices, las libretas... Todo era una experiencia sagrada. Todavía puedo oler esa tienda cuando cierro los ojos.
En los 2010s, nada gritaba #girlboss como una agenda en cuero estilo Filofax. Así que, claro, tuve una fase en mis 20s en la que coleccioné todas las versiones posibles. Incluso tuve una Kate Spade y otra de Louis Vuitton. Las terminé vendiendo en uno de esos arranques impulsivos.
Solo miren esta imagen que encontré en Pinterest de cuando tenía mi blog (ambinity). Me dio muchísima nostalgia:
Ahora, en mis 30s, mi amor por el papel y pluma ha madurado conmigo. Las agendas ya no me spark joy como antes. De hecho, me da más ansiedad gastar dinero en una agenda que sé que voy a ignorar después de una semana, y que va a terminar tirada en una esquina del cuarto por los próximos tres años.
En cambio, me hace más feliz invertir en una libreta Moleskine. Una hoja en blanco, sin rumbo ni estructura. Solo yo y mis pensamientos. Ahí descargo emociones, hago brainstormings, listas de pendientes, o intento crear mi propia versión de una agenda customizada. Pero siempre vuelvo a lo mismo: un to-do list estilo bullet journal, mezclado con páginas y páginas de journaling tradicional.
No necesito dibujitos, ni diseños, ni siquiera líneas. Solo necesito escribir. No importa si está organizado o no. Ver mi letra escrita en esas páginas me da dopamina instantánea.
Y la verdad, no importa si es una Moleskin o una libreta del Dollar Tree; si escribo con lápiz, plumas de colores, post-its, highlighters o stickers. La estructura, estabilidad y rebeldía que mi alma busca, la encuentro ahí: en una libreta y algo con qué escribir.
Con amor,
María Elena
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